La historia de las empresas familiares japonesas está muy ligada a la mentalidad de esta sociedad. 7 de las 10 empresas más antiguas del mundo son niponas, y prácticamente la mitad de las de más de 200 años de longevidad.
Pero el ejemplo paradigmático es la constructora de templos budistas Kongo Gumi. Esta empresa lleva más de 1400 años funcionando, regida por la familia Kongo. Entre sus obras más importantes está el templo budista más antiguo que se conserva, “Shitenno-ji”; y el monumental y conocido castillo de Osaka.
La primera obra que realizaron fue un encargo del príncipe Shotoku, en el año 578. Desde entonces han nacido religiones y caído imperios, y sobre todo parece que ha llovido. Pero los empleados de esta empresa familiar continúan reuniéndose los días 1 y 15 de cada mes para rezar oraciones en agradecimiento al príncipe Shotoku por aquella primera obra.
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Y es que el agradecimiento forma parte de las virtudes éticas de estas empresas. Algo que ha favorecido su durabilidad son sus valores, que se resumen en Kaizen, que son normativas que incluyen cosas que van más allá de la estructura y funcionamiento práctico de la empresa. Aquí se ponen en valor cuestiones como la honestidad, la disciplina, la puntualidad, el modo de vestir… y sobre todo el respeto. Respetar al cliente, tanto al presentar un presupuesto, como al comunicarse, etc. “Comuníquese con respeto” es una de las 16 normas fundamentales que el trigésimo segundo presidente de la compañía Kongo reunió en un libro para que los valores del pasado de la empresa continuaran en el futuro.
Uno de los secretos de esta durabilidad ha sido el crear lazos estables, otro ha sido la flexibilidad. En varios aspectos. Por ejemplo Kongo se abrió a otros mercados tan dispares como la fabricación de ataúdes o las reformas domésticas en cuanto la demanda de templos budistas empezó a menguar dificultando la continuidad de las familias de trabajadores que generación tras generación ocupaban los mismos puestos de trabajo.
Otro ejemplo de flexibilidad es su búsqueda de la excelencia, tanto en la formación (sus carpinteros pasaban 10 años formándose, y cultivándose como personas con lecturas y matemáticas), como en la dirección de la empresa. No siempre fue el hijo mayor quien tomaba las riendas del negocio. Tras 40 generaciones, otros hijos o yernos con mayores capacidades iban ocupando la dirección. Siempre tomando como propio el apellido Kongo, costumbre que permitió mantener el mismo nombre a la empresa pese a ser llevada por ramas no tan principales de la familia original.
En una sociedad donde la tendencia es la de crear fuertes vínculos con la familia, la religión o la empresa, las empresas familiares de larga duración son su más fiel reflejo. 
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