“Son muchas las personas que van por ahí con una vida carente de sentido. Parece que están medio dormidos, aun cuando están ocupados haciendo cosas que les parecen importantes. Esto se debe a que persiguen cosas equivocadas. La manera en que puedes aportar un sentido a tu vida es dedicarte a amar a los demás, dedicarte a la comunidad que te rodea y dedicarte a crear algo que te proporcione un objetivo y un sentido.”

Este es un fragmento del libro Martes con mi viejo profesor, de Mitch Albom, que surgió de los encuentros entre éste y su viejo profesor Morrie Schwartz, enfermo de ELA.

Es tal vez un primer paso, pero es fundamental. Sin un propósito en la vida estamos vegetando en una inercia que no lleva a ninguna parte, o que nos lleva a la frustración, a que nos dé un poco igual cualquier cosa que nos pase o pase a los demás. A lograr muy poco.

Tener un propósito en la vida, las miras altas y las luces largas, hace que emprendamos el día a día con mucha pasión y diversión. Hace que nuestras energías misteriosamente se vean multiplicadas y que seamos capaces de hacer cosas que antes no nos habríamos imaginado capaces de lograr.

Está muy bien tener un objetivo. Hoy en día miles de personas se levantan cada día con una meta en la cabeza, pero debemos preguntarnos si esa meta está alineada con la naturaleza de nuestro propio ser, ya que si ese objetivo no va con nosotros, si no nos hace sentir especialmente vivos no nos llevará muy lejos. Nos llevará a cumplir un objetivo, y luego otro, y otro. ¿Pero nos hace felices durante el proceso? Porque la verdadera felicidad no está en el punto de destino, sino en el camino andado hasta llegar allí. Como escribió el poeta Kavafis: “Pide que el camino sea largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes.”