Navidad, maleta y turrones a bordo. Que la publicidad nos venda una estampa idílica, puede llegar a ser creíble. Y llega el fin del año, en teoría deberíamos estar felices por los distintos encuentros familiares y esas celebraciones que afianzan el núcleo familiar. Y todo ello es importante, creo en la familia y en el calor de los amigos verdaderos. Todo no es idílico, no mantenemos relaciones modélicas, nuestras familias no son como las veíamos antes, quizás porque sentimos esa ausencia de los que desaparecieron y no están para acompañarnos, incluso están los que partieron para no volver. Entre semejante resinero, creo en la celebración desde el punto de vista de la valoración. La unión de los imprescindibles que año tras año muestran su incondicionalidad frente a cualquier aterida miseria que vivimos durante el año. Ellos serán necesarios, pero los 365 días. Entonces, en rojo quedan marcados los días de celebración en el calendario y muchos somos los que trabajamos…¿Cómo conseguimos conciliar trabajo y familia? Hacemos lo que se puede y compartimos valores distintos frente a la rutina. De forma sencilla y a modo de ejemplo, este año tengo imaginaria el día de Navidad… Entonces celebraremos Nochebuena a mediodía. Cenaré poco y muy pronto para descansar y afrontar un veinticinco de diciembre con tranquilidad, como si fuese un diez de marzo.
Mi vida tampoco parte de un marco tradicional, este año firmé mi divorcio, vivo y doy la vida por mi hija de cinco años y tengo unos padres que siguen conmigo y a los que debo todo, porque pusieron sobre la mesa hasta el último céntimo para impulsar mis vuelos. Gracias a ellos, tengo un trabajo que me apasiona. Con todo ello, el conjunto me motiva lo suficiente para seguir arraigada a mi familia, para seguir creyendo en la esperanza y vivir con esas ganas que pueden con cualquier desafío. Puestos a sacar faltas, encontraría muchas si comparo, pero en su lugar valoro y agradezco lo que hay. Aquello que permanece es suficiente en este momento, atesoro cada beso de buenas noches a mi madre o a mi hija. Hace unos días un compañero me contaba sobre el reciente fallecimiento de su madre :»Lourdes, cambiaría cientos de vuelos por ver a mi madre cinco minutos», y es entonces cuando veo la realidad de forma distinta. Seamos auténticos de corazón siempre, que no queden palabras por decir o besos por dar. ¡Felices fiestas!